La música de las palabras

Desde que tengo conciencia de mí me maravilla escribir. Poco a poco me di cuenta que me gustaba cortar las líneas en lugar de seguir a todo lo largo del renglón. Después me enteré que a eso le llamaban versos, que un conjunto de ellos formaban una estrofa, y las estrofas hasta el punto final, se denominaba poema.  Y así fui sumando escritos, poema tras poema, cada uno comportándose de manera autónoma e independiente, una especie de entidad vital tan organizada como cualquier ser orgánico de la naturaleza. Percibí que, si a un poema terminado se le mutilaba un verso, una palabra, una letra, incluso un signo ortográfico, podía morir, pues sus formas y contenidos son inseparables. Sin embargo, era necesario trabajar los escritos hasta lograr decir exactamente aquello que deseaba expresar.

El poema es un ideal perseguido y conseguido como el amor: el primer impulso interior te lleva a escribir o a enamorarte, y después hay que reflexionar y trabajar ese amor o esa creación poética. Por ello, fui una asidua asistente a talleres donde adquirí los instrumentales técnicos y recursos idóneos para revisar y corregir los trabajos. Y luché con las palabras, me adueñé de ellas, las cambié, borré y reescribí hasta lograr comunicar con eficacia lo que deseaba expresar. La poesía, además de conocimiento, es vocación y oficio. Y la “artesanía del poema”, nos permite confiar en la autocrítica y lograr concebir los textos como algo terminado.

Cada poeta, cada escritor y escritora, tienen que dedicarse como artesanos a buscar en las palabras la utilidad para sus fines, así como las formas que mejor manifiesten el significado que intentan significar. Será cosa propia del poeta encontrar un estilo, su voz, o las reglas generales que le guiarán a la expresión óptima para cada poema. Pero lo importante es no temer a la contaminación por el trabajo artesanal de los textos. Por ello es que existen los poetas, para trabajar los versos, y esculpir su obra en el mármol del artificio lingüístico. Jorge Luis Borges decía: yo publico mis poemas para dejar de corregirlos. Sí, todo es siempre perfeccionable. Sin embargo, es necesario tomar la decisión de dejar en paz a esos seres vivientes que hemos dado a luz, y aceptar el momento en que les toca a los lectores iluminarse con ellos, o simplemente leerlos y olvidarlos.

   La poesía es algo indefinible. Si se definiera, el definidor sería el dueño de su secreto, el dueño de ella, y el secreto de la poesía no lo ha sabido, no lo sabe, no lo sabrá nunca nadie. A diferencia de la ciencia o de la prosa, parece obedecer sólo ciertas leyes: sus propias leyes. Y el resultado para quien aprecia, ama y se apasiona con la poesía, es sin duda reconocer que es un conocimiento implacable, algo así como perderse en infinitos, y un verdadero encuentro después del hallazgo.

La poesía es algo indefinible. Si se definiera, el definidor sería el dueño de su secreto, el dueño de ella, y el secreto de la poesía no lo ha sabido, no lo sabe, no lo sabrá nunca nadie. A diferencia de la ciencia o de la prosa, parece obedecer sólo ciertas leyes: sus propias leyes. Y el resultado para quien aprecia, ama y se apasiona con la poesía, es sin duda reconocer que es un conocimiento implacable, algo así como perderse en infinitos, y un verdadero encuentro después del hallazgo.

Pero la poesía no es sólo eso. Además de expresar la densidad de un misterio, traducir la profundidad de las emociones-ideas, y decir menos para decir más, es el ritmo en la palabra. Es lograr textos que sean música hablada, un placer de sonoridad y sentido. Sé que la música es otra, los sonidos por los sonidos mismos, el más universal de los lenguajes, la expresión que traspasa fronteras sin necesidad de traducciones a otros idiomas. Aun así, la poesía también es música. Y esto no sólo a causa del placer sonoro de las palabras que reúne, sino porque posee, además del sentido literal más o menos claro u oscuro, una significación análoga a la del lenguaje musical. Así como hay música que produce la sensación de un lenguaje, también la poética bien lograda produce musicalidad. Los músicos y los poetas bebemos de esa misma fuente.

Tal vez, en lugar de una hoja en blanco, deberíamos utilizar un papel pautado donde verter el ritmo armonioso, los matices y colores musicales de las palabras, hasta lograr el resplandor de la forma poética. Sin embargo, estoy convencida de que las únicas palabras que merecen existir son las palabras mejores que el silencio, por eso entreno mi silencio para aprender a reconocer la voz de una flor entre las flores de la verdadera poesía

Estoy totalmente de acuerdo con Octavio Paz, cuando en su libro El arco y la lira nos dice que la poesía es: Regreso a la infancia… Visión, música, símbolo. Analogía: el poema es un caracol en donde resuena la música del mundo y metros y rimas no son sino correspondencias, ecos, de la armonía universal.  También con el poeta Vicente Huidobro cuando dice: La poesía es el vocablo virgen de todo prejuicio; el verbo creado y creador, la palabra recién nacida. Ella se desarrolla en el alba primera del mundo. Su precisión, no consiste en denominar las cosas, sino en no alejarse del alba.

Y los y las poetas crean, no el mundo que existe, sino el que “debiera” existir. Tienen derecho a ver un mar que camina, o a un rebaño de ansias atravesando la tormenta. Poseen las “licencias” para cambiar de vida a las cosas de la naturaleza, tender hilos eléctricos entre las palabras y alumbrar rincones desconocidos con sus poemas.

Eso y más ha sido para mí la poesía. La amo y le canto, con su temporalidad atemporal, pues la poesía a la que pertenezco, y la que me pertenece desde siempre, es resultado de siglos de palabras, de recorridos en el tiempo-espacio-materia ineludibles. Todos, sin excepción, somos resultado del pasado, de las experiencias, descubrimientos y creaciones de los seres que han poblado el planeta, de nuestros antecesores, de sus características biológicas y de sus memorias. Y digo esto, atreviéndome a pensar en aquello que Carl Jung llamó “inconciente colectivo”, que desde mi punto de vista, no es sino todas aquellas memorias heredadas de siglo en siglo, donde la energía tanto física como intelectual, no se destruye, se transforma. Entonces me pregunto, ¿quiénes somos en este hoy sino energía-consecuencia de los que fueron ayer?  ¿Qué o cómo sería la poesía de hoy sin aquella escrita por Sor Juana y muchos otros barrocos, o los movimientos del Romanticismo, Modernismo, la Generación del 27, los Contemporáneos mexicanos o los “ismos” de las vanguardias? Sin embargo, e independientemente de los movimientos literarios y épocas de la escritura, la poesía ha de plasmarse siempre con libertad, con esa facultad que tiene todo ser humano de pensar o no pensar según su antojo. Donde no existe obligación, ni se está prisionero o sujeto a otro, y mucho menos preso de sí mismo. Es conducir la pluma con la máxima confianza, franqueza, familiaridad y desnudez posibles. Es sacar a pasear el corazón a la intemperie y forjarlo sobre el papel develando la realidad poética y lo poético. Es aventurarse con la música de las palabras de la poesía, a aprehender el profundo misterio del mundo que nos rodea y delatar el mundo interior que nos habita. 

La música de las palabras
POR TU VOZ, HERMANA DE LOS SIGLOS

Eres la compañía con quien hablo
de pronto, a solas.
Te forman las palabras
que salen del silencio
y del tanque de sueño en que me ahogo
libre hasta despertar.

Xavier Villaurrutia

 
 A través tuyo converso
 puedo mirar al mundo
 amarlo y despreciarlo
 halagar los insectos que se pudren
 y el astro más leve en el vacío.
 
 A través tuyo me doy cuenta
 del baile rabioso de la vida
 el hambre de expresión
 y todo aquello que aún no he visto.
 
 Tú delatas mis tenues sepulturas.
 Por ti protesto
 me diluyo
 me embriago
 y el aire me excita
 como amante invisible de una noche.
 
 Por ti mi grito en su naufragio
 revive entre un oleaje de pétalos
 de flores redivivas
 sembrándose en mis ojos.
 
 Contigo y frente a ti
 soy capaz de inventar
 un firmamento agobiado de galaxias.
 Capaz de herir la herida que contengo
 y despojarme de vestuarios
 que a veces porto sin saberlo.
 
 Si tuvieras la osadía de morirte
 ya no habría cabalgatas
 ni picaportes y llaves para ver.
 Ya no habría una lente de aumento al infinito
 para decir que cada hecho
 es un hecho
 y cada arruga en las palmas de las manos
 un enigma.
 
 Es por ti
 que lo diminuto se engrandece
 lo triste se hilvana de nostalgias
 y las sonrisas se enorgullecen de alegría.
 
 Hermana de los siglos
 porque vives contagias
 la sequedad con tu aliento humedecida
 en los puños que empuñan tu cintura.
 
 Muleta de tinta y sangre
 raigambre mágico de palabras
 
 poesía
 
 por ti mi corazón sabe
 que el parto y una madre son distintos.
 
 Andrea Montiel