Malabares

A mis pies,
rogándome
que lo lleve
conmigo,
está el yo
de hace
un segundo
Alberto Forcada

 El niño prepara su corazón para escucharlo todo.  
 Al niño se le dilatan las pupilas.  
 Su cuerpo lleno de rocío  
 sus puños apretados.  
  
 El niño habla lento.  
 Teme delatarse  
 equivocar sus palabras  
 y amenaza con pronunciar las letras  
 que todo vivo al vivir soporta.  
  
 Crece porque ama  
 porque sufre de poca edad.  
 Ya no le cabe el corazón en su pequeño pecho.  
 Ya no le basta el reducido espacio de sus años.  
  
 Aún dormido  
 su ser enfrenta el frágil tacto del encuentro.  
 El ansia comienza a invadirle los respiros  
 y el silencio le susurra una aventura.  
  
 El niño se atreve  
 y entre sus labios carnosos musita  
 palabras prohibidas y verbos inconjugables.  
 En los confusos laberintos de sus sueños  
 descubre los escondites del amor y los desdenes.  
 Descubre los mares de su mundo  
 bordado de abuelas lágrimas y arrugas  
 mundo inerte  
 vivo  
 harto de vivir y muerto.  
  
 Mundo del que extrae su corazón  
 luciéndolo a mitad de la intemperie.  
 Despierto  
 dice adiós e invoca los peligros.  
 Cumple años y deja testamentos.  
 Habla de su hijo no nacido  
 se embaraza  
 sufre de orfandades  
 excava en su interior y encuentra  
 una ciudad sitiada por la lluvia.  
  
 Ahora es un viajero  
 inmortal y fugaz al mismo tiempo  
 páramo y manantial  
 demonio y deidad que se deja penetrar  
 por un extranjero llamado viento.  
  
 El niño ha dejado de ser niño  
 con tantos malabares.  
 Con tantos malabares se hace hombre.  
  
 Gracias por los ecos de aquella juventud  
 y lo que hacen con mis siglos.