SUPERSTICIÓN, MAGIA Y HECHIZO

Desde niña me encantaba observar los números de magia que realizaban los magos que eran invitados a mi escuela.  Me sorprendían sus manos, a través de las cuales hacían aparecer y desaparecer animales, pañuelos, o pelotas.  Ya mayor, frecuenté el restaurante “El Rincón Gaucho”, propiedad de Wolf Ruvinskis, y seguían mis sorpresas ante su manejo de los naipes o la adivinación de números completos de las tarjetas de crédito por medio de un acto telepático realizado con su hija. Y yo preguntaba, ¿cómo le haces?, por supuesto, ningún mago, ni el más amigo, relataba sus secretos.

Después de muchos años seguí interesada en el tema, pero no solo en el de este tipo de magos sino que ahora deseo conocer los orígenes y el desarrollo del fenómeno humano que se refiere al pensamiento mágico, sus rituales, sus manifestaciones en las diferentes culturas y las razones del porqué, combinando palabras, números, gestos y objetos mágicos, los hombres han construido un mundo que les ha permitido alimentar la ilusión de que conocen y dominan su propio destino.

También hay otro tipo de magia que me interesa, la de los encuentros con las personas o aquella de presenciar sucesos como decimos, “mágicos”.  No sé si ustedes, mis queridos lectores, hayan experimentado esas ocasiones en que sucede algo que nos hace tener expresiones tales como: “fue una noche mágica”,  “pinta como mago”, “me salve como por arte de magia”. O tal vez hayan visto películas, leído libros, o presenciado una función de teatro donde todo el público estaba como hipnotizado.  Ahí, en ese espacio y en esos instantes, se da otro tipo de magia.

Y de todo esto quiero hablarles, pues la magia, como la religión y las supersticiones populares, parecen ser tan antiguas como la propia humanidad. Tal vez la costumbre de tocar tres veces la madera para alejar la mala suerte esté relacionada con la adoración del hombre primitivo a los árboles, el miedo a pasar por debajo de una escalera este asociado al cadalso y la imagen reflejada en un espejo es considerada a veces una extensión del alma y esto explica el por qué romper un espejo traerá siete años de mala suerte.

            Las sociedades primitivas desde que se les conoce practican un sinnúmero de rituales, ya sea para alejar a los malos espíritus y las enfermedades, o para atraer la lluvia y aumentar las cosechas, o bien atrapar a la mujer que no le hace caso a su enamorado incluso actualmente, nos encontramos en los negocios de nuestros amigos amarrados en las puntas de las hojas de sábila unos moños rojos para atraer el dinero.

¿Qué tienen en común todas estas prácticas para que se justifique aplicarles el término magia?

            Los “fieles” a estos rituales, desde la antigüedad hasta nuestros días, actúan como si la magia invocase a fuerzas “impersonales” capaces de influir sobre el destino de las personas, los objetos y de los acontecimientos en general. Para poner en acción dichas fuerzas, es preciso realizar ciertos gestos o pronunciar ciertas palabras convencionales. Dichos rituales han variado, a través de la historia, desde los sacrificios humanos hasta la simple recitación de fórmulas o el uso de talismanes.                      

Daré algunos ejemplos de estas acciones humanas que incluyen el pensamiento mágico de quienes usaban practicarlas o considerarlas:

* A lo largo de los siglos los cometas y las estrellas fugaces han sido símbolo de augurios.

* En el medioevo con sangre de murciélago, pedazos de uñas y otros ingredientes exóticos las jóvenes preparaban filtros para el amor.

* Los malayos queman dinero durante los funerales para que los familiares del muerto se enriquezcan.

* Durante las ceremonias matrimoniales que se celebran entre campesinos húngaros se suele cortar un pan para asegurar la fertilidad de la pareja y su eterna felicidad conyugal.

* Clavar alfileres a un muñeco hecho a semejanza de un enemigo y lograr con ello la venganza deseada

Como podemos observar en estos escasos ejemplos, es posible atribuir poderes mágicos, tanto maléficos como benéficos, a innumerables aspectos del hombre y de la naturaleza. 

Ahora, me gustaría preguntarles, ¿cuántas veces hemos hecho una cola inmensa en la puerta de un teatro, de un cine o de una galería de arte para presenciar un espectáculo que todo el mundo nos ha recomendado y del que la opinión general es que “está increíble, y que es pura magia”? Seguramente y sin pensarlo decidimos asistir, y hacernos partícipes de esa magia. Nos dirigimos a la taquilla y aunque hay mucha gente, no importa la espera. Al fin, ya con los boletos en la mano, traspasamos la entrada del teatro. El telón aún no descubre lo que verán nuestros ojos. El público se acomoda en los asientos, las luces aún alumbran la sala. Pasan unos minutos. Al fin, las luces se apagan y las voces terminan por silenciarse. Comienza la función, con dos poemas de Federico García Lorca:

La Carmen está bailando
por las calles de Sevilla
Tiene blancos los cabellos
y brillantes las pupilas.


¡Niñas, 
corred las cortinas!


En su cabeza se enrosca
una serpiente amarilla
y va soñando en el baile
con galanes de otros días.
¡Niñas
corred las cortinas!


Las calles están desiertas
y en los fondos se adivinan

corazones andaluces
buscando viejas espinas.


¡Niñas 

corred las cortinas!
En la noche del huerto,                   
seis gitanas,                           
vestidas de blanco                       
bailan.


En la noche del huerto, 
coronadas,
con rosas de papel
y biznagas.
En la noche del huerto,
sus dientes de nácar,
escriben la sombra
quemada.


Y en la noche del huerto,

sus sombras se alargan 
y llegan hasta el cielo

moradas. 

Nos dice Waldeen en su libro “La Danza” que los mitos del hombre hablan de la creación del mundo como la danza de dios. Así, a través de él, la materia comenzó a danzar, el hombre también danzó pues era su modo natural de entrar con los poderes del cosmos.  El baile era baile sagrado, danza ritual ejecutada para adorar y divertir a los dioses.

Las danzas rituales a su vez, eran un conjuro mágico y forma de rezo que algunos pueblos primitivos utilizaban para lograr buenas cosechas y cacerías, o lluvias para sus tierras, o para vencer enfermedades y ganar las guerras. Imitaban animales con sus gestos y movimientos, danzaban hasta el éxtasis y así lograban la entrada en el mundo espiritual hasta recuperar el alma de alguien que estaba a punto de morir.

En las danzas dionisíacas se perseguía la liberación extática del ser y el éxtasis estaba emparentado con el sacrificio, a través del cual el cuerpo se vaciaba y se le hacía apto para la entrada del dios. Así poseídos los bailarines por la magia, la locura y el erotismo, se expresaban ofrendando sus movimientos para las bodas o las tragedias.

Desde que el hombre existe nunca ha dejado de bailar. La danza es una apariencia, una aparición que hermanada con el espacio hace que el cuerpo del danzante imite al viento, se suspenda en el vacío, se tense, guarde el equilibrio, se agite y repose.  Lo que vemos cuando la contemplamos es un despliegue de fuerzas en interacción, ese magnetismo donde todos los que danzan parecen estar animados por la ilusión de ser un solo espíritu.

La danza es un mundo donde sólo el gesto impera y se convierte en un lenguaje vivo que habla del hombre y de su sentir a través del tiempo. El bailarín es el mago que construye ese mundo, una morada en el espacio sin límites que a todos sin remedio al mirarle nos transporta. 

¿Cuántas veces al leer un libro nos detenemos en seco porque las palabras que acabamos de leer nos atraparon de manera especial e incluso regresamos al párrafo o al texto completo para regocijarnos en una segunda lectura?

A mí me pasa muy seguido, sobre todo con la poesía, cuya magia radica en que las cosas se hacen presentes a través de su ausencia.  Esto puede sonar a contradicción, pero es precisamente de las contradicciones de las cuales se sirve la poesía para poder manifestarse.  En el caso de la prosa, la magia también surge, pero aquí no a través de ausencias sino de la aparición (escrita) de ambientaciones o descripción de personajes y sus reacciones según la historia en cuestión.  Pero, la verdadera literatura, ya sea prosa o poema, posee la magia de robarnos la atención y hacernos vivirla como si fuera en carne propia.  Aquí les comparto, mis queridos lectores, dos textos maravillosos en los que he encontrado una magia especial: el poema de “La luna” de nuestro poeta mexicano Jaime Sabines y el breve capítulo #7 del libro Rayuela del escritor argentino Julio Cortázar.

La Luna

La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofa.
Un pedazo de luna en el bolsillo
es mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
para ser rico sin que lo sepa nadie
y para alejar a los médicos y las clínicas.
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan a bien morir.
Pon una hoja tierna de la luna
debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver.
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna
para cuando te ahogues,
y dale la llave de la luna
a los presos y a los desencantados.
Para los condenados a muerte
y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas.

Como vemos una probadita de luna de vez en cuando no hace daño, lo recomienda un escritor acreditado como Sabines.

Ahora pasemos a una prosa de Julio Cortázar verdaderamente enigmática:

     Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por m¡ para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

     Me miras, de cerca me miras, cada vez m s de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella.  Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

     Y después de leer este texto de Cortázar, seguramente a muchos nos deja  siempre con la boca abierta, porque sus palabras fluyen como el agua y hasta son capaces de hacernos sentir el beso del que nos habla. Esto es magia en literatura.  Invitar a un viaje, a través de las palabras, y olvidarnos de nosotros mismos, de si estamos sentados en un sillón mullido o en una silla incómoda. De no desear despegar la mirada de las páginas y querer devorarlas hasta el final de un libro. Y cuando terminamos de leerlo, añorar no haberlo hecho. Porque la verdadera literatura amigos, es la que semeja una buena compañía de quien no queremos despedirnos.

Andrea Montiel