LOS ETERNOS

PRÓLOGO

Minotauros, policías, garrapatas, adúlteros, vampiros, esquizofrénicos y suripantas… personajes para un circo derrotado, borrachos festivos en las carlestonendas, cortejo de noctívagos sin remedio. Así los habitantes de esta fiesta bibliográfica sin cuartel.

Eludir las normas ¿gastadas? del estilo narrativo-descriptivo, abdicar a ratos del valor ¿en desuso? de los diálogos; logra un efecto sorprendente, cosquilloso y en ocasiones, cautivante.

Estos autores ávidos de mar y narrar han abandonado la dársena entre carcajadas y con generosidad. Nombrarlos a todos sería pecado de falsa marinería. Juntos van en esta aventura sabiendo de antemano, que no todos ganarán la serenidad ventita que lega el salitre, las tradiciones del barómetro, la soledad en altamar. Juntos han decidido zarpar porque juntos armaron estos cuentos que son promesa, navío y, desde luego, destino.

La travesía inicia, el vapor zarpa, vengan los adioses.

David Martín del Campo

El cuento siguiente de Andrea Montiel, se publicó en esta
Antología de Escritores Mexicanos
Narraciones de Terror, Fervor y Chunga
EDITORIAL LA TRASTIENDA, Santiago de Chile, 1995.
I.S.B.N. 956-7158-18-5


… y escuchas a las 8 el programa de crímenes
¿Pero crees que los crímenes existen sólo en los radios
y que no existen también en los living-rooms?
Tú no has matado a nadie con un tubo.
Tú eres una persona decente
un hombre honrado
¿Pero no será esa honradez una mera ‘coartada’?
Ernesto Cardenal
(Murder, Inc.)

Ese chiflido que oye es el aviso de la muerte y los perros no dejan de ladrar con un sonsonete, que hasta parece que huelen la sangre. Así nos comunicamos Los Eternos. Yo soy la jefa, la que más se atiza y la más valentona de las ñeras. Jimmy, el mero mero de los ñeros. Jimmy, así medio gringo, por su pelo rubio oxidado desde que dejó el mar de Mazatlán. La sal se lo tiñó de rojo, el color que más le gusta. Allá andaba de lanchero enamorando gringas y cogiéndoselas, una cada noche hasta que se enredó con una tal Nancy que le hizo un hijo y luego se le ocurrió ahogarse en el mar un día que andaba bien peda. Por eso vino a juntarse acá con nosotros. Este primo mío tiene tatema para las jodas que tanto nos gusta ponerle a todos, menos a los nuestros. A los del clan y los de alrededor ni madres, esos que no los toque nadie. Los Eternos somos dueños del rumbo, eso sí que ni que, a ninguno de por aquí le cabe duda, y si a alguien se le ocurre contradecirnos, pelas, ni la cuenta. La verdad a mí las friegas no me gustan, pero hay gente que me provoca y se me antoja echármela, o ayudarle a otro cabrón que no se atreve a matarla por él.
Así fue como Osvaldo se la ganó por andar metiéndose con la Lola en las narices del marido. Le dieron cran en la misma cama donde se andaban cogiendo. Las sábanas quedaron rojas, rojas de toda su sangre. Luego los del rumbo avisaron de su muerte prendiéndole fuego a un huacal, de esos donde llevan pollos vivos pa’ vender en los mercados. Todos los de la cuadra se enteraron. Corrió el rumor de que los ruidos que hacían las llamas, eran las quejas del alma del Osvaldo arrepintiéndose de haber hecho lo que hizo. Pero Califa, el marido de la Lola no fue quien lo mató, sino uno de los nuestros. No voy a decirle el nombre. Uno de Los Eternos, por encargo, le pegó tres balazos: uno en la cabeza, otro en el ombligo y el tercero en el corazón, pa’ no errarle. Esta mujer sí que quedó jodida. Ahora la tienen en el Hospital de Tlalpan, el de los locos. Dicen que habla sola y quiere andar encuerada cubriéndose el cuerpo con las batas llenas de sangre de los médicos que operan en el piso de cirugía. Sólo así se tranquiliza. Cree que es la sangre del Osvaldo y que si se la pone sobre su cuerpo lo va a revivir. Pinche vieja. Ese día también anduvieron chiflando igual que hoy. Era el aviso de la muerte.
Pero no se crea, hay chiflidos para anunciar muchas otras cosas: el robo, no se acerquen que están cogiendo, ahí viene la chota, hay que esconderse o hacerse pendejos, que no pasa nada. Jimmy ya nos agarró la onda. No se mosquee si se lo digo, a mí ese güey me pasa, y quiero con él, pero el muy mamuco no le atora. Ya me está hartando. Si sigue con esas, lo vamos a borrar, o por lo menos yo me encargo de cortarle los güevos por maricón y no hacerme caso. Además sépaselo, aquí la que manda soy yo, la Paola, la más valentona y nadie me va a decir cómo hacer las cosas.
Uy, uy, no ponga esa cara, también le hago a las ternuras, ni que fuéramos tan cabrones. Al ciego aquel que vino un día preguntando por mí y que no tenía donde vivir, le dimos la choza de unos que tenían hartos terrenos. Casa de cartón y varas, sin servicios, pero al menos un techo. Además el “ojos vacíos” ni mira, total qué. Si pudiera ver no se andaría dejando esos pelos parados y los mocos en la cara. A mí me da mucho asco, pero también mucha pena. Eso de no ver ha de ser del carajo, o tener que esperar a que alguien le tenga lástima y se ponga a contarle a uno como es el mundo, puta, está de la jodida. Yo paso, mejor con los ojitos bien puestos.
Y que tal ese otro que vino de la sierra de Puebla, bien triste porque una víbora que nunca supo de donde salió le picó a su chamaco y como dice él, se quedó deshijado y llegó acá con Los Eternos y ahora es uno de los nuestros. Aunque eso sí, no le hemos podido quitar la tristeza por nada. Todas las noches anda en la calle de ida y regreso como si fuera camino en el campo y nos dice que quiere atrapar la luz de la luna en su morral pa’ ver si con ella recupera al chamaco. Total, no le hace daño a nadie. Y a lo mejor hasta la luna le ayuda un día. Por ahí dicen que las estrellas hacen milagros. ¿Usted qué cree?. Bueno, bueno, no me conteste, ya sé que soy yo la que tengo que desembuchar. Pero acuérdese que soy la mera mera, la efectiva de Los Eternos y ni usted ni nadie va a hacerme nada.
El chiflido del robo, suena así. A poco no le gusta. Así se robaron a la Teresa aquel día que sus hermanos la dejaron sola en su cantón. Entraron unos tipos, le bajaron todo lo que tenía, hasta los calzones y ¡papas! que se la echan. Pero se me hace que le gustó tanto que a lo mejor hasta se hizo la raptada y pa’ cuando. A todos nos pareció que se fue de mil amores, más bien de mil calores, porque la Teresa era re caliente. Nomás se le acercaba un macho cachondo y la otra parecía veladora sin vaso, se deshacía desparramándose en el suelo. Tenía vocación de puta. Pero de a gratis, ni cobraba la taruga, total, se dejaba querer. Pue´que por eso tenía la sonrisa que tenía. La verdad se la pasaba a toda madre. Seguro que mejor que muchas doñas de sociedad que sueñan con cortarle los güevos a sus viejos porque ya no la hacen.
Pero hay de robos a robos. Aquel más bien fue un rapto. Robos los de las Lomas, ya llevamos varios, total, bola de pesudos de mierda, les sobra un chingo, que lo compartan. Además tienen tanto que cuando les robamos ni se dan cuenta de lo que desaparece. De por ahí tenemos un casi carnal, el Tomy, Tomás pa’ no achicarlo. Ese niño rico piensa igual que nosotros, que hay que repartir, por eso se ha puesto al tiro con Los Eternos y ya hemos hecho varios asaltos por allá en sus rumbos, entre la gente catrina. Total, todo el mundo confía en él y ni se las mascan que el cabrón es cómplice. Nos ha alivianado con ropa de lo mejor pa’ colarnos bien vestidos, lo que se dice bien trajeados, ya ni parecemos ñeros, pero esa ropa siempre se la devolvemos. Pa’la próxima. El último ataque, fue en una colonia pirrurris, bien acá, de esas donde sin coche los pendejos se mueren. Entramos como invitados del Tomás, aunque nos la andaban haciendo de tos, pero el Tomás soltó una lanísima y pos pasamos. Había un chingo de gente, fue fácil entrarle al reven. Algunos nos veían medio feo pero al rato, como andaban bien pedos y pasados ya ni nos pelaban. Total, habían como tres orquestas, y un mago, n’ombre con la ayuda de ése, nos hubiéramos atascado de relojes y carteras. Pero la neta fue cuando uno de los baremanes nos preguntó qué queríamos: licor del que fuera, o mota o coca, y en eso que nos ponen en las narices una cajita de terciopelo llena de cucharitas, creo que de plata, pa’l pericazo. No, pos una cubita nomás. Lástima de ocasión, pero primero la obligación. Eso sí, tragamos de a madres y ya bien tarde muchos se fueron largando. Esperamos hasta que quedaron algunos pendejos bien pedotes. Nos pusimos unas máscaras chingonsísimas y órale que los amordazamos y los encueramos. Pa’ que sintieran el rigor. Les vaciamos la caja fuerte, las joyas, los sacos de pelos de animal y latas de comidas que a estos tanto les gustan. A mí, la neta, me pasan más los tacos. Total, después de bajarles todo lo que pudimos que les vendamos los ojos, les amarramos mano con mano pa’ que se sintieran acompañados y los sacamos sin ropa a las solitarias calles de su pinche rumbo mamón donde no pasa ni un alma. Y ¡a caminar cabrones! Hubiera visto, encuerados algunos estaban re feos, peor que nosotros. Aunque la verdad sea dicha también había algunos cueros. Yo me agasajé cachondeándolos por todas partes, y no decían nada, pero que tal reaccionaron a mis caricias, por más que hubieran querido no disimularon ni tantito, casi me disparaban sus municiones allí mero. Y ya ve, después de todo el desmadre, ni nos agarraron. Por algo somos Los Eternos.
Ah pero hay chiflidos como ese que nunca voy a olvidar cuando el Pecas que era más atizado y más reventado que cualquiera de nosotros, mató a varios sólo porque esa noche lo emputaron, y según dijo, nunca soñó feo por eso. La mera neta es que todos le teníamos respeto de a güevo, y por qué no decirlo también miedo, hasta que de un día pa’l otro desapareció. Lo anduvimos buscando por todas partes y nada. Total, hasta que una noche, ya bien tarde, toda la bola estábamos viendo la tele aquí mero, en esta salita donde estamos usted y yo, y que sale el Pecas en la pantalla, lo estaban disque entrevistando y el muy cábula hablando del arrepentimiento, de sus rollos delincuentes y de la droga. Pero eso sí nunca dijo que emputado se cargaba a cualquiera. Se quejó de sus padres y de sus carnales quesque lo habían traicionado, y que el abandono de su vieja, y ni siquiera es casado, y que sus hijos, ¿cuáles? Total, que arrepentido como si creyera en Dios el muy puñetero, ahí andaba dándoles las nalgas a los de la tele, cuando le preguntaron que de qué la giraba después de dejar la mala vida, dijo que de azul. ¡Puta, eso sí que me cagó la madre!.
Ya ve poli de mierda. Uy, uy, pero no se enoje, no se me enoje que se lo digo con cariño, aquí está usted también como el Pecas, casi formando parte de nosotros y acariciando a la maciza de Los Eternos. No me diga que va a desperdiciar todo esto, nomás por ir con el chisme.

NARRACIONES DE TERROR FERVOR Y CHUNGA