Kadish en tres tempos
KADISH EN TRES TIEMPOS
POEMARIOS DE ANDREA MONTIEL[1]
Angelina Muñiz-Huberman
Andrea Montiel ha reunido tres poemarios en torno a la vida y muerte de sus seres queridos, abuela, padre y madre. El género elegiaco ha acompañado la historia de la humanidad desde las épocas más remotas. El fin de la vida necesita ser cerrado y, al mismo tiempo, recordado constantemente. Los ritos en su entorno, cánticos y rezos son parte primordial de la memoria. No hay cultura que no los desarrolle. Proveen un cierto consuelo ante lo inevitable y pareciera que alargan la vida por medio del ritmo de la poesía. Y si es ritmo es música y si es música es movimiento y si es movimiento es vida de nuevo. Así el rezo y el canto triunfan sobre la muerte y la vida renace. Es éste uno de los misteriosos dones del arte poético. En la literatura medieval española con sólo mencionar las Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique sería suficiente.
El kadish es el rezo fúnebre de acuerdo con la tradición religiosa judía que, a su vez, se deriva en los Cantos de muerte sefardíes. A estos últimos podríamos agregar los que Andrea Montiel plasma en sus tres poemarios: Para recordar la lluvia…, Desde el olvido, En el solsticio de verano, durante las lluvias vesperales.
Andrea Montiel escoge para cada muerte un estilo poético especial. El poemario dedicado a su abuela, Para recordar, la lluvia… está escrito en lengua ladina o judeoespañola que, como dice un antiguo poema anónimo es “la más linda de todo lenguaje.” Y esta lengua con su dulce fluir permite a Andrea hilvanar recuerdos, canciones, días de guardar, comidas típicas, refranes. En fin, todo un concentrado de la vida sefardí que, poco a poco, languidece, como languidece su abuela ante la lluvia en la ventana. Es un deseo de detener el tiempo a la vez que, como las gotas de agua que caen sobre el cristal, la imposibilidad de lograrlo termine en un canto a la melancolía. Los versos finales dicen:
Quel Dió la guarde a mi abuela
y no me manque su imagen
ni la lluvia en mi ventana.
Lluvia, para recordarla. (p. 17)
El poemario dedicado al amor a su padre y a su muerte, se desliza entre los recuerdos de la imagen viva, fresca y el suave desenlace del tránsito final. Posee la particularidad de ser una edición bilingüe traducida al francés por Ana Cristina Zúñiga y Bernard Pozier. El título nos remite a varias asociaciones: En el solsticio de verano, durante las lluvias vesperales. Pensemos en el solsticio de verano, como el día más largo del año y en su significado sacroprofano unido a las vísperas como el oficio divino vespertino. Y en medio, la lluvia. Actos de la naturaleza que acompañarán el último trance.
El padre, Armando Montiel Olvera músico de profesión, en su agonía despierta los recuerdos de la hija y las preguntas que no habrán de responderse:
Te reclamo:
¿por qué te vas en esta forma
llevándote todo el silencio entre tus manos
esas manos de música y batutas
que dieron luz a los teclados? (p. 11)
Empieza el recuento con su afán de que la memoria perdure, de que la ilusión trascienda tiempo y espacio para recuperar y detener la imagen de quien ha partido.
Le pido a los recuerdos que invadan mi memoria
con tu imagen
la de tus años de antes
aquellos de tu caminar enérgico
los de tus sobresaltos y pasiones
los de tu letra hermosa y clara
y de tu exactitud en los horarios. (p.13)
La hija quisiera también que las historias de la familia vuelvan a ser relatadas y que lo conocido se repita en la voz perdida del padre. Añora los pasos de la infancia, el caminar juntos por las calles, las palabras intercambiadas, el ritmo de estar uno al lado de otro. Lo que se dijo y lo que no se dijo, la simultaneidad de actos en el descubrimiento a solas de experiencias únicas. La libertad alcanzada.
Padre,
¿dónde estabas cuando por primera vez
mi corazón sintió el amor de un hombre?
¿dónde cuando entregué mi cuerpo a los placeres?
(p. 15)
Ante la fatalidad sólo queda la poesía en busca de respuestas que, de antemano, se saben inhallables a pesar de que la unión de dos ritos religiosos aspire a una explicación y a una totalidad abarcadora.
Mi padre ha muerto.
Quiero rezarle un Padrenuestro
y al mismo tiempo ponerle sobre el pecho
la estrella de David y un clavel blanco. (p. 17)
El rezo, la oración, el pensamiento se convierten en la personal expresión devastada que ayuda pero que no engaña. La muerte crea su dominio y sólo se vence la batalla que parece perdida por medio de la palabra que recuerda, que detiene, que eterniza: “¿serás el viento tibio que a veces me acaricia / o este miedo que siento cuando el cuerpo / no me pertenece?” (p. 23) Para llegar a la conclusión de que la muerte, al perder su materialidad, se instaura en presencia viva del padre en todo momento y en todo espacio. Así, la imagen de la vida perdura y la muerte se ahuyenta.
El tercer poemario, Desde el olvido, está dedicado a la pérdida de la madre. Desde el inicio breves versos describen su historia, su origen, su nombre “mujer de flor”, su simbiosis: “Mi madre Rosa es como la hija que no tuve.” Complicidad convertida en ruptura doliente.
De ella nací
y morirá sin mí
con esa lenta muerte que amortigua mi dolor. (p. s/n)
Ante todo, su voz, su cántico serán la compañía preciada de Andrea.
Tu voz
la voz música en palabras que hoy grabo
con tinta en mis papeles. (p. s/n)
El mundo sonoro, herencia de la hija en la palabra poética, va desentrañando los pasos de la infancia a la madurez, de la soledad y la orfandad.
Y me dejaste libre
al albedrío helado de mis días.
Y me dejaste sorda
con tu voz que aprisionaba las magnolias
en aquellos jardines que siempre quise
cultivar con mis no hermanos. (p. s/n)
La memoria de la madre, Rosa Rimoch, sigue bordando los primeros recuerdos como el principio de una lluvia dorada que, poco a poco, irá convirtiéndose en “tormenta, caos, oscuridad, nada”, cuando la pérdida de la memoria avanza y quien fuera famosa cantante de ópera cruza la frontera del olvido para permanecer en un sosegado limbo. Entonces llegan las preguntas a la manera de las Coplas de Jorge Manrique.
¿Qué rumbo tomó tu corazón?
¿Qué te llamó al olvido?
se fueron los días del aplauso
el canto
las vocalizaciones
los vestuarios
el báculo de Tosca
la falda de Santuzza
el kimono de flores de Cio-Cio San…
……………………………
se fueron los palcos, los réquiems, las cantatas…(p. s/n)
Y, sin embargo, finaliza Andrea Montiel su elegía sobre “esta muerte tuya que me trató con cariño / al acercarse poco a poco…”.
Tres poemarios que, en el fondo, son un canto a la vida que ha cumplido su cometido y que, ante el misterio de la creación poética, eleva en arte la soledad y la melancolía.
[1] Los siguientes poemarios de Andrea Montiel se presentaron el pasado 5 de julio en el Instituto Cultural México-Israel: Desde el olvido, La tinta del alcatraz, Toluca, 2013. Para recordar la lluvia…, Sísifo, México, 2014. En el solsticio de verano, durante las lluvias vesperales, ed. bilingüe, trad. al francés, Ana Cristina Zúñiga y Bernard Pozier, Sísifo, México, 2014.
Kadish en tres tiempos, presentación de poemarios de Andrea Montiel
por Clara Meierovich
No hay lágrimas que laven los besos de la muerte.
Delmira Agustini
La idea-concepto de la muerte como acontecimiento individual, perentorio e intransferible; un sin mañana, es desde siempre, lo sabemos hondo, un acicate para la evocación feliz o desconsolada de los que nos han dejado su impronta sempiterna.
La muerte, asimismo, como idea y anhelo de transfiguración y de redención; interrogante eterno, enigma y duda, y un imposible de corroborar.
Es desde la reminiscencia por los seres amados que han partido, que Andrea Montiel ha nombrado esta presentación de sus poemarios “Kadish en tres tiempos”. ¿Por qué llamar de esta manera el homenaje a quienes inspiraron con sus particulares esencias cada uno de sus libros? Pienso, que tal vez se deba a su intención de conferir a los invocados un hado de santificación –Kadish– palabra aramea perteneciente al pueblo bíblico que habitó el antiguo país de Aram, al norte de Siria.
Kadish, Kadosh, santificado en hebreo, es uno de los rezos torales del Judaísmo, redactado casi en su totalidad en arameo -conjunto de lenguas semíticas de la misma familia que el hebreo y el fenicio, que se hablaron en el Cercano Oriente y que aún se conservan en algunas comunidades de Siria y Líbano. Kadish es una alabanza y una glorificación al nombre de Dios, al que se le pide la redención y el advenimiento del Mesías. Se reza Kadish, como “Lamentación” y como parte del ritual, sobre todo, en los funerales y en el lugar del sepulcro. La liturgia del Kadish yatom tuvo una vasta dispersión geográfica y práctica en los templos desde inicios de la Edad Media. Es la plegaria en memoria de los muertos, teniendo ésta la mayor significación para lo cual se requiere de un Minián de por lo menos diez varones. Actualmente, y por iniciativa de los religiosos reformistas, puede practicarse, asimismo, con la participación de mujeres para elevar la plegaria.
En los tres libros de Andrea, encuentro la recuperación de los fragmentos de vida más indelebles que dejaron cada uno de los destinatarios de estos versos en su intuición de creadora. Una impronta traducida a vibrantes y bien dibujadas imágenes de diversas tesituras dramáticas, pero siempre abisales. La poeta camina hacia el pasado claroscuro para reconstruir en ese territorio ya clausurado o superado, aparentemente, los momentos gozosos y, otros de orfandad y desasosiego de sus amados consanguíneos. Eugenia, la abuela “la bien nacida” en Para recordar, la lluvia… el padre En el solsticio de verano, durante las lluvias vesperales y, su madre, en Desde el olvido.
Desraíza, invalida de la muerte las cualidades más fulgurantes, las más entrañables de los invocados. Para ello, recurre a una fluida naturalidad poética que rehúsa los enrevesados artificios. Así, en Para recordar, la lluvia, nos cuenta:
“Con ventura de los días/ presto mudar de las horas/ luz vio una niña pequeña/ que después se engrandeció.” “De Turquía provenía/ con su sonrisa florida/ que a todos les repartía/ desde el día en que nació”. “Sonrisa para su esposo/ sus pariduras, sus hishos/ la guerra, el llanto y el canto/ que a la mi madre heredó”.
Surge en esos versos el retrato germinal de la abuela, intercalando entre los que se van sucediendo a lo largo del poema, el estribillo “Eugenia, la bien nacida/ era el nombre de mi abuela/ parida al final del siglo/ buen mazal que tuvo ella…”
En este poemario dedicado a exaltar el recuerdo y ofrendar su admiración a la abuela materna, la poeta acude a la tradición de los ancestrales y bellos romances de la poesía popular sefaradíes en ladino, lengua nativa de Eugenia. Florecidas a partir de la expulsión de los judíos de España y de Portugal, a finales del siglo XV y comienzos del XVI, las cantigas populares fueron propagadas amorosamente en sus nuevos países de asentamiento, conteniendo un abundante caudal de temas que incluían las costumbres de la vida diaria, los juegos infantiles y las recetas culinarias, entre otros, contadas y cantadas en una variedad de estructuras rítmicas. Las mozas y mozos de los pueblos que los cobijaron, entonaron esas breves composiciones de innegable acento naif, en estrofas de cuatro a seis versos, de rima generalmente asonante que se acompañaban con estribillo, como en el caso citado, o sin éste.
Rosa, Rosita Rimoch y Armando Montiel, íntegros en su humanidad, magnos en el arte. Unieron sus vidas y la música hizo residencia en ellas. Los dos poemarios dedicados a sus padres, escritos en los diferentes momentos de la pérdida con el dolor aún sin mengua, se ciñen al igual que el de la abuela Eugenia, a la modalidad del poema extenso y de largo aliento.
Son poemas donde la unidad temática y, sobre todo, anímica, mantiene su constancia rítmica y musicalidad. A modo de representativa muestra, recordemos, El cementerio marino de Paul Valéryy, entre los nuestros, las paradigmáticas Muerte sin fin de José Gorostiza y Piedra de sol de Octavio Paz.
En el solsticio de verano, durante las lluvias vesperales, dedicado a su padre, en edición bilingüe en francés, cuyo título evoca el momento del año cuando ocurren las lluvias que acompañaron su partida, la poeta recupera en un cántico de añoranza, a veces resignada, a veces rebelde, los momentos previos y finales del inevitable acontecimiento. Y en el poema ante el cuerpo de su padre ya vacío de la vida, dice:
“Mi padre ha muerto. /Quiero beberme su silencio/ recordar su olor/sus manos frías blancas y perfectas/ y su rostro en el descanso.”
La segunda estrofa, que prosigue nuevamente con la dolorosa enunciación: “Mi padre ha muerto”… me resulta contundente, en términos de una alegórica e íntima terneza, que inquiere a la fe religiosa originaria de cada uno de sus padres, el apremio de la consolación:
“Quiero rezarle un Padre Nuestro/y al mismo tiempo ponerle sobre el pecho/ la estrella de David y un clavel blanco. / Ha muerto y quiero grabarlo entre mis ojos/ para siempre”.
Música de un Réquiem y un Kadish para despedir al padre en su viaje al país donde el tiempo prescinde de relojes, y del cielo no caen las lluvias ni soplan los vientos.
El canto y el silencio; la memoria y el olvido, contraposiciones rotundas que presidieron la vida de Rosa Rimoch. Desde el olvido, es el espacio de las emociones donde la autora pone en escena las vicisitudes cotidianas y las extraordinarias: las tiernas, las gloriosas y las amargas de su madre artista, de su madre enferma de Alzheimer:
“Madre/ ¿Qué rumbo tomó tu corazón?/ ¿Qué te llamó al olvido?/ se fueron los días del aplauso/ el canto/ las vocalizaciones/ los vestuarios/ el báculo de Tosca/ la falda de Santuzza/ el kimono de flores de Cio-Cio San la mariposa/ y Atzimba /y Halka/ y Bohemia/ se fue Aída con su piel azabache y su bravura/ Turandot con sus tres enigmas/ y todas las letras de tus arias/ se fueron tus zapatos empolvados en medio del proscenio/ se fue el té de flores y semillas que te esperaba tras bambalinas/ se fueron los palcos los réquiem las cantatas/ a dónde madre se fueron tu voz tus filigranas/ tus personajes/ tus huellas/ desde el olvido te las llevaste./ Queda el coro de trinos en nuestro jardín de pájaros/ quedan los árboles que brillan con cada hoja una luz. /Quedan las jacarandas que lloran flores moradas/ en esta morada triste y sola de mi corazón”.
Con este poemario dedicado a su madre, Andrea Montiel cierra el círculo de los adioses y de la permanencia de los recuerdos a ultranza. Un tríptico de tono elegíaco; un continuum de los afectos, del gozo y del ocaso.
Instituto Cultural México Israel, 5 de julio de 2015.
Tres libros de Andrea Montiel, tres
René Avilés Fabila
La Crónica de hoy
miércoles 8 de julio 2015
Andrea Montiel nació y vivió entre artistas e intelectuales. Es poeta principalmente, pero gusta también de promover la cultura. No importa que antes de escribir sus primeros versos haya estudiado psicología, con frecuencia son actividades que se complementan y se ayudan, Así al menos la veo yo, sensible al arte. y enamorada de las letras desde hace muchos lustros. Primero la leí, su libro Temporal sin tiempo, editado por la UAM en 1985, lugar donde desde su fundación trabajo como profesor, y supo conmoverme. Más adelante, no mucho más la conocí porque además teníamos que conocernos, los nombres de algunos de sus familiares me eran, me son admirables. Así es que comparto la opinión de un querido amigo desaparecido, Eduardo Césarman, quien por razones culturales, la entendía mejor que yo: “Andrea Montiel es psicóloga de profesión, poeta por vocación y una gran mujer por destino”, palabras que escribió en el prólogo de Para recordar la lluvia.
En está ocasión Andrea nos presenta tres plaquetas: En el solsticio de verano, durante las lluvias vesperales (edición bilingüe, español/francés), Desde el olvido y Para recordar, la lluvia.
En la primera, la poesía se dirige hacia la figura paterna. En esta obra Armando Montiel Olvera, conocido por su trabajo como compositor, pianista y director. Andrea, dice el pianista Raúl Herrera Márquez, “nos conduce por el arduo recorrido de tres fases de la pérdida: la inminencia de la muerte ineluctable, el doloroso desenlace y, finalmente, la añoranza y el consuelo”. Los poemas son
dolidos para la escritora y dolorosos para sus lectores. Su voz alcanza registros muy altos.
Para recordar la lluvia, es igualmente una obra conmovedora donde la poeta le canta a la abuela, a Eugenia, “la bien nacida” y en este poema hay delicadas referencias al pasado histórico. Dicho en palabras de la misma Andrea, mantiene “la tradición del hablar en estos versos y estrofas a la manera de las romanzas y cantos sefardíes” y cada tramo de su vida es anticipada por una eficaz repetición de los dos primeros versos y dos más que la precisan: “Eugenia, la bien nacida/ era el nombre de mi abuela/ parida al final del siglo/ buen mazal que tuvo ella… “
Con versos plenos de nostalgia, Andrea reconstruye sus recuerdos y los extiende a su madre, a Rosa: “Que no me manquen las fojas/ ni me manquen las ideas/ que
hoy quiero hablar de mi abuela/ de mi abuelo y la mi madre.” Pero el eje de este poema es Eugenia, la que salió de Turquía, llegó a Cuba y descendió del barco en
Veracruz, después fue a Barcelona, “donde guerras padeció”. Finalmente, “Tras sus espaldas los mares/ la casa, el llanto y el cielo/ hasta que de tanto en tanto/ en México se quedó. / Esta patria le dio techo… “
En Desde el olvido, dedicado a su madre, Rosa Rimoch, soberbia soprano, Andrea le declara su total admiración, pero ese amor va intercalado con palabras tristes, es evidente que esa pérdida la afectó de manera muy profunda, diría inimaginable. Existen varios testimonios emotivos y desgarradores del sufrimiento que la muerte de su progenitora ha provocado en varios escritores. Suele ser un momento punzante. Yo mismo tuve que escribir un libro para paliar el fallecimiento de la mía. Lo mismo ocurre en Desde el olvido. Al inicio la historia de Rosa duele: “Mujer niña de nadie/ hija de la guerra/ perseguida por la muerte. / Mujer libre andarina/ dueña de tus sueños/ y el templo de tu alma. / Naciste con luz del candelabro de los siete brazos/ y por años te guiaron las seis puntas de la estrella de David. / La música encauzó tu vida/ tu voz/ tus manos tenues/ y Cristo clavado en tu mirada se conjugó a tu origen.”
Los recuerdos de Andrea sobre su madre son momentos muy bellos, lo más fascinante es que de pronto dialoga con ella, se dirige a ella, sigue viva. Acaso por tal razón, casi al final de la hermosa obra, escribe: “Pétalos de Rosa por ti madre/
para celebrar tu vida/para festejar tu muerte… “
Orgullosa de sus orígenes y de los suyos, sus familiares más entrañables, Andrea Montiel logra retratos magistrales de todos ellos; de allí que la notable escritora Angelina Muñiz-Huberman, precise en las páginas introductorias lo siguiente con su prosa elegante: “Andrea Montiel hace honor a sus antepasados al continuar con el amor a una lengua más poderosa que el correr del tiempo. Su verso fluye a la manera tradicional y las palabras de dulce pronunciación se convierten en imágenes de un preciado álbum de familia… “
Ernesto Sábato y Mario Vargas Llosa han dicho por separado que escribir sobre sus fantasmas, sus temores y penas, alivia, logra ahuyentarlos. Lo dudo. Al leer la bella
poesía de Andrea Montiel, percibo un intento de recuperarlos, de tenerlos vivos, junto a ella. Sin duda los ha inmortalizado, pero su dolor se mantiene porque ellos viven, sí a su lado, pero en un mundo intangible el que con frecuencia no basta ni calma el dolor.
Confió en que las tres obras que hoy presentamos, pronto se fundan en una sola para tener una idea más profunda de ese “álbum de familia” que menciona Angelina Muñiz- Huberman.
Tres libros de Andrea Montiel, tres
René Avilés Fabila
La Crónica de hoy
miércoles 8 de julio 2015
Andrea Montiel nació y vivió entre artistas e intelectuales. Es poeta principalmente, pero gusta también de promover la cultura. No importa que antes de escribir sus primeros versos haya estudiado psicología, con frecuencia son actividades que se complementan y se ayudan, Así al menos la veo yo, sensible al arte. y enamorada de las letras desde hace muchos lustros. Primero la leí, su libro Temporal sin tiempo, editado por la UAM en 1985, lugar donde desde su fundación trabajo como profesor, y supo conmoverme. Más adelante, no mucho más la conocí porque además teníamos que conocernos, los nombres de algunos de sus familiares me eran, me son admirables. Así es que comparto la opinión de un querido amigo desaparecido, Eduardo Césarman, quien por razones culturales, la entendía mejor que yo: “Andrea Montiel es psicóloga de profesión, poeta por vocación y una gran mujer por destino”, palabras que escribió en el prólogo de Para recordar la lluvia.
En está ocasión Andrea nos presenta tres plaquetas: En el solsticio de verano, durante las lluvias vesperales (edición bilingüe, español/francés), Desde el olvido y Para recordar, la lluvia.
En la primera, la poesía se dirige hacia la figura paterna. En esta obra Armando Montiel Olvera, conocido por su trabajo como compositor, pianista y director. Andrea, dice el pianista Raúl Herrera Márquez, “nos conduce por el arduo recorrido de tres fases de la pérdida: la inminencia de la muerte ineluctable, el doloroso desenlace y, finalmente, la añoranza y el consuelo”. Los poemas son
dolidos para la escritora y dolorosos para sus lectores. Su voz alcanza registros muy altos.
Para recordar la lluvia, es igualmente una obra conmovedora donde la poeta le canta a la abuela, a Eugenia, “la bien nacida” y en este poema hay delicadas referencias al pasado histórico. Dicho en palabras de la misma Andrea, mantiene “la tradición del hablar en estos versos y estrofas a la manera de las romanzas y cantos sefardíes” y cada tramo de su vida es anticipada por una eficaz repetición de los dos primeros versos y dos más que la precisan: “Eugenia, la bien nacida/ era el nombre de mi abuela/ parida al final del siglo/ buen mazal que tuvo ella… “
Con versos plenos de nostalgia, Andrea reconstruye sus recuerdos y los extiende a su madre, a Rosa: “Que no me manquen las fojas/ ni me manquen las ideas/ que
hoy quiero hablar de mi abuela/ de mi abuelo y la mi madre.” Pero el eje de este poema es Eugenia, la que salió de Turquía, llegó a Cuba y descendió del barco en
Veracruz, después fue a Barcelona, “donde guerras padeció”. Finalmente, “Tras sus espaldas los mares/ la casa, el llanto y el cielo/ hasta que de tanto en tanto/ en México se quedó. / Esta patria le dio techo… “
En Desde el olvido, dedicado a su madre, Rosa Rimoch, soberbia soprano, Andrea le declara su total admiración, pero ese amor va intercalado con palabras tristes, es evidente que esa pérdida la afectó de manera muy profunda, diría inimaginable. Existen varios testimonios emotivos y desgarradores del sufrimiento que la muerte de su progenitora ha provocado en varios escritores. Suele ser un momento punzante. Yo mismo tuve que escribir un libro para paliar el fallecimiento de la mía. Lo mismo ocurre en Desde el olvido. Al inicio la historia de Rosa duele: “Mujer niña de nadie/ hija de la guerra/ perseguida por la muerte. / Mujer libre andarina/ dueña de tus sueños/ y el templo de tu alma. / Naciste con luz del candelabro de los siete brazos/ y por años te guiaron las seis puntas de la estrella de David. / La música encauzó tu vida/ tu voz/ tus manos tenues/ y Cristo clavado en tu mirada se conjugó a tu origen.”
Los recuerdos de Andrea sobre su madre son momentos muy bellos, lo más fascinante es que de pronto dialoga con ella, se dirige a ella, sigue viva. Acaso por tal razón, casi al final de la hermosa obra, escribe: “Pétalos de Rosa por ti madre/
para celebrar tu vida/para festejar tu muerte… “
Orgullosa de sus orígenes y de los suyos, sus familiares más entrañables, Andrea Montiel logra retratos magistrales de todos ellos; de allí que la notable escritora Angelina Muñiz-Huberman, precise en las páginas introductorias lo siguiente con su prosa elegante: “Andrea Montiel hace honor a sus antepasados al continuar con el amor a una lengua más poderosa que el correr del tiempo. Su verso fluye a la manera tradicional y las palabras de dulce pronunciación se convierten en imágenes de un preciado álbum de familia… “
Ernesto Sábato y Mario Vargas Llosa han dicho por separado que escribir sobre sus fantasmas, sus temores y penas, alivia, logra ahuyentarlos. Lo dudo. Al leer la bella
poesía de Andrea Montiel, percibo un intento de recuperarlos, de tenerlos vivos, junto a ella. Sin duda los ha inmortalizado, pero su dolor se mantiene porque ellos viven, sí a su lado, pero en un mundo intangible el que con frecuencia no basta ni calma el dolor.
Confió en que las tres obras que hoy presentamos, pronto se fundan en una sola para tener una idea más profunda de ese “álbum de familia” que menciona Angelina Muñiz- Huberman.