…Catarinas

Colecciono catarinas, coccinelles, lo digo en francés porque me gusta como suena esta palabra, les va bien a estas guardianas de los huertos y jardines. A la casa mía hay quien la llama la casa de las catarinas, por todas partes están, invaden los espacios. Desde niña me encantaban. En el patio de mi casa de infancia, en Tlalpan, vivían muchas entre las plantas, y mi madre las capturaba antes de que emprendieran vuelo y las ponía sobre las palmas de mis manos que eran pequeñas. Yo era también pequeña.   

Entonces, tenía una muñeca de trapo preciosa. La llamaba Margarita pues tenía unas trenzas doradas de estambre hermosas igual al color de las margaritas. Su cara estaba pintada con óleo o acrílico, no sé, y de repente se me ocurrió lavarle la cara y la despinté toda. Lloré muchísimo, su rostro había desaparecido. Pero mi abuelo Benito, que era pintor, la restauró con sus pinceles y pinturas, y de nuevo tuvo cara y más bonita. También tenía un caballo de cartón en el que cabalgaba y me sentía amazona. El pasillo de aquella casa era un camino interminable para recorrer, o al menos así lo veía cuando era niña y los pasos aún no me crecían. Me gustaban las canicas y andar en la bicicleta, dar vueltas en los volantines y desbocar el columpio. La mayoría de mis juegos eran solitarios y la imaginación me ayudó a crear personajes que fueron mis queridos interlocutores. Hablaba sola o conversaba con ellos como si fueran reales. Creo que me divertía mucho. No sé. Porque seguido me invadía la melancolía. Tal vez porque nací en otoño y vivo la soledad como una amiga.

Lo he dicho:

Indudable esta preferencia

por la soledad a solas

que aquélla

acompañada.